Educamos o Enredamos I

Ayer tuve la oportunidad de compartir una Mesa Redonda sobre Redes Sociales y Educación en las Jornadas de Integración de las TIC en la Enseñanza, organizadas por el CRIF Las Acacias e invitado por Antonio Fumero, uno de los profesionales y amigos más interesantes que uno puede conocer en este mundillo de «lo social» en la Web. La Mesa la componíamos, además de Antonio y yo mismo, Agustín Cuenca, histórico de la Web por su trabajo de consultoría, María José Mayorgas, experta psicóloga especializada en adicciones y Charo Fernández, una de esas profesoras con las que uno sueña haber sido su alumno, trabajadora incansable en pos de la adaptación de las metodologías educativas a los nuevos entornos.

Como es habitual en una Mesa Redonda se tocaron infinidad de temas relacionados con el mundo de la Web Social, desde la necesidad por parte de los profesores de conocer el entorno en el que, no sólo nuestros alumnos, sino cada vez más una parte de la sociedad se interrelaciona, hasta los peligros que pueden suponer las redes sociales, desde el punto de vista de adicciones o seguridad. No obstante, hubo dos aspectos polémicos que se afrontaron y que bajo mi punto de vista no quedaron demasiado tratados, mereciendo una mayor reflexión que la que pudimos tener en las dos horas que compartimos el tiempo con los asistentes a las jornadas.

En primer lugar, Agustín lanzó un órdago cuando aseveró que los contenidos ya no son importantes. Que resulta absurdo pedir a nuestros alumnos que memoricen contenidos cuando estos están disponibles en Internet. Que, en todo caso, deberíamos ser capaces de llevar a los alumnos a la red para que sean ellos los que, bajo un sentido crítico, detecten dichos contenidos y trabajen sobre ellos.

Como es natural este argumento creó la polémica buscada, especialmente en varios de los profesores que asistían al acto. Decir públicamente que los contenidos no tienen importancia en un auditorio de profes de secundaria puede parecer un disparate. Y posiblemente lo sea si nos quedamos simplemente en la parte procedimental. Es fácil pensar que lo que Agustín estaba pidiendo es que el profesor se limitase a pedirle a sus alumnos que busquen en la Web y que se conviertan en filtros de datos, o a todo lo más, en filtros de información.

No obstante, creo que el argumento de Agustín y también el de Antonio, tenía más que ver con la necesidad de un cambio efectivo en la creación y la transmisión del conocimiento, basado, si se quiere mantener la «nomenclatura», en el intercambio de objetos de aprendizaje/contenidos. No me cabe duda de que, por ejemplo, para llegar al cálculo diferencial y lograr resolver derivadas es necesario comprender previamente el concepto de límites. Y que es imposible entender un límite si no se entiende qué es una recta o una tangente. Tal vez ahí sea donde nos encontramos con el principal problema de muchos docentes. Consideramos que debemos «enseñar» esos conceptos/contenidos ya que nosotros los «comprendemos» y nuestros estudiantes no. Pensamos que hablar del cambio de paradigma puede significar que el alumno no llegue a aprender si quiera la tabla de multiplicar y, lógicamente, acabe «no aprendiendo nada» (uso el símil de las matemáticas puesto que fueron y siguen siendo mi pesadilla desde que comencé a «estudiar»).

Insisto que el problema no creo que deba situarse en la «presunta» desaparición de los contenidos sino en la forma en la que llegamos al aprendizaje de los mismos. Por seguir hablando de Matemáticas, ¿recordamos cómo los alumnos «de letras» logramos «aprender» trigonometría? ¿Alguien fue capaz de explicarnos para qué servía calcular senos, cosenos y arco tangentes? Al menos yo lo único que recuerdo son pizarras y más pizarras repletas de circunferencias cortadas por líneas y rodeadas de letras con las que se hacían operaciones arcanas. Nadie me explicó, por ejemplo, que gracias a ella era posible entender como funcionaban los satélites o, por ejemplo, entender cómo funciona (en parte) la telefonía móvil.

Ahí es donde creo que el cambio en el paradigma de la creación-transmisión de contenidos ha de incidir. Es el profesor el que sigue transmitiendo, convencido de que su sabiduría es superior a la de sus alumnos. En todo caso el alumno ha de limitarse a realizar problemas y ejercicios que demuestren la comprensión del concepto transmitido tras las horas de tiza. Lo de menos es si el alumno logra llegar al conocimiento con la ayuda del docente, cuando esa ayuda se limita a «dictar» unos contenidos curriculares mínimos que han de alcanzarse.

Por supuesto todo es matizable, pero hoy nuestros alumnos necesitan, exigen, si se me permite, una forma de aprendizaje diferente. En la que el descubrimiento esté en sus manos, tenga que ver con realidades conocidas y tenga una aplicación. Con esto no quiero decir que otras disciplinas como la Filosofía (por hablar de otro de los puntos candentes de la mesa) no deban ser afrontadas bajo esta nueva perspectiva. Recuerdo cómo estudié la retahíla de autores que iban desde los presocráticos hasta Ortega. Y recuerdo la sensación final de haber aprendido tan sólo que el siguiente autor decía lo contrario del anterior. Horas y más horas de codos para memorizar conceptos que fueron olvidados al día siguiente del examen. ¿Para eso queremos santificar los contenidos? Tal vez mi profesor estuviera orgulloso por llegar al final del temario que exigía el curriculum ministerial, pero de lo que estoy seguro es de que salvo ejercitar la memoria a corto plazo, aquellos «contenidos» fueron tan sólo una piedra más en el camino antes de llegar a la ansiada Universidad.

Las herramientas sociales (blogs, podcasts, wikis, redes sociales y todas las que nos podamos inventar durante los próximos años) no son más que medios que nos deben permitir un cambio de metodologías de aprendizaje. Y el sacrosanto «contenido sí-contenido no» debe desaparecer de nuestro debate. No porque eso signifique dejar de aprender «cosas» sino porque el aprendizaje debe llevar al contenido como esquema mental y de actuación efectiva, práctica o metafísica.

Durante años he impartido «contenidos». Hasta que dejé de hacerlo. Ahora son mis alumnos los que crean contenidos. En sus mentes, a través de un proceso reflexivo, investigador, apoyado en el trabajo en grupo, compartiendo, colaborando y, finalmente, publicando sus resultados. No he desaparecido como docente. Pero ya no soy el «Dios» que sube a la tarima y explica. En todo caso ayudo a llegar a ideas y a su puesta en práctica cuando estas son instrumentales. ¿Tengo más trabajo? Posiblemente pueda entenderse así. Aunque yo lo veo como una forma diferente de realizar mi profesión docente. Lo importante se ha convertido en aquello que aprenden mis alumnos, no aquello que me demuestran haber memorizado. Y no por ello he cambiado los objetivos de lo que deben aprender, sino el cómo. Creo que ahí es donde los medios sociales tienen una función facilitadora absolutamente crucial, y creo que es ahí donde debemos establecer el debate.

Gracias a los medios sociales mis alumnos se enfrentan al descubrimiento del contenido y trabajan con los mismos. Muchas veces alcanzan los objetivos de aprendizaje y otras veces no. Usar las nuevas herramientas y una pedagogía diferente no evita que haya alumnos que erren y que haya que hacer un esfuerzo extra. Pero desde que cambié de metodología el fracaso disminuyó. Y la calidad (y cantidad) de lo reflejado en las cabezas de mis alumnos (y en su satisfacción post-curso) es tan grande que hoy ya no puedo dar marcha atrás. En todo caso, seguir avanzando…

(En la segunda parte del post trataré el segundo de los aspectos polémicos: la privacidad)

Everything is bigger in… Education!

Grande, muy grande es Texas. Puede que te lo cuenten o que leas sobre ello. Sin duda el Estado de la Estrella Solitaria resulta evocador desde nuestro país, con sus inmensos territorios, su mezcla de culturas y la idea de la gran frontera, el espacio de las oportunidades y también de los sueños rotos. Estado orgulloso de sus tradiciones, en el que la bandera que ondeó el tiempo en que fueron una República se codea con las barras y las estrellas al mismo nivel, en calles, fachadas, automóviles y cualquier espacio donde poder situar un símbolo que, en el caso de Estados Unidos, va más allá de una mera enseña nacional.

Podría hablar durante horas de la semana pasada en Texas, visitando Austin, gozando hasta el último de los rincones de la Capital Mundial de la Música en Vivo, de sus decenas de clubs en los que perderte escuchando todo tipo de sonidos musicales, de lo afectuoso de sus paisanos, siempre dispuestos a ayudarte y a recibirte con una sonrisa, obviando cualquier problema que pueda existir de idioma. Pero entonces este post sería uno más de los miles de contenidos existentes en Internet que hablan bien de una ciudad fantástica.

Por el contrario prefiero hablar de la experiencia de una semana en la que la educación ha impregnado todos los momentos. Comenzando con la acogida de mi buen amigo Ignacio, muestra viva de cómo uno puede seguir en contacto con sus alumnos 15 años después y aprender de ellos. Ignacio trabaja en la James Bowie High School y hasta allí nos acercamos para hablar de Tecnología y Educación. Fueron solo unos minutos compartiendo experiencias sobre los blogs y su uso como herramienta educativa pero nos dio tiempo de observar a fondo las diferencias existentes con los centros de secundaria en España, y también la cercanía, respecto a las dificultades que tanto allí como aquí existen para incorporar la tecnología en las clases.

También pudimos disfrutar de la hospitalidad tejana de Rudy Vela, un gran amigo y una excelente persona, que además de mostrarnos todos los rincones de la preciosa ciudad de San Antonio nos acogió en su Universidad, St. Mary´s University. Allí pude observar de primera mano un concepto totalmente diferente de Universidad al que estamos acostumbrados en España. Con clases personalizadas, dotadas de aulas abiertas, en las que cualquiera puede observar el trabajo que se desarrolla dentro de las mismas, enfocado en el desarrollo de casos prácticos. Y no podré olvidar el trabajo también de Luis Miguel Macías, estudiante enamorado de España que junto con Rudy nos hizo enamorarnos aun más de esa tierra tejana tan lejana y al mismo tiempo tan cercana.

Y finalmente la Universidad de Texas en Austin. Y dentro de ella su centro IDEA, dependiente del Learning Technology Center. Corazón de las innovaciones en tecnología aplicadas a la educación. Su coordinadora, Karen French, fue la mejor anfitriona que jamás habría podido soñar. Conocidos tan solo a través de un puñado de correos electrónicos previos a nuestra visita, el encanto de Karen nos llevó a interminables conversaciones sobre los cambios que ha de tener la educación para incorporar los avances técnicos, pero sin perder nunca el enfoque del aprendizaje.

Horas y más horas hablando de lo que nos iguala, de lo que nos hace trabajar con ahínco para lograr que la educación evolucione, tanto en su país como en el nuestro. Tanto Karen como Michelle Read y Ken Tothero fueron amigos desde el primer minuto e hicieron que tener que regresar a Madrid fuera una penitencia más que un final de vacaciones.

Everything is bigger in Texas, es el eslogan que todo el mundo recuerda de ese precioso estado. Aunque para mi la grandeza en este caso tenga que ver con el gran vacío que queda al dejar esa tierra atrás. Todo es maravilloso cuando uno está con gente maravillosa, es la idea que sigue planeando en mi cabeza. Ojala muy pronto podamos volver a encontrarnos…

Colegiales… ¿mayores?

En los veranos de 1993, ´94 y ´95 tuve la ocasión de vivir en el Colegio Mayor Chaminade. Yo ya había terminado mi carrera pero por cuestiones profesionales acabé pasando allí largas temporadas y descubriendo un tipo de vida estudiantil que había pasado para mí desapercibida. Descubrí que, al menos en el «Chami», el ambiente de tolerancia, libertad y compromiso era impresionante. Pese a que el Patronato era el que regía la vida del Colegio Mayor, en el día a día eran los propios colegiales los que organizaban las actividades, inabarcables, tanto culturales, como estudiantiles o relacionadas con cualquier campo de actividad de lo que podríamos denominar «la cosa del pensar».

Colegiales que se ayudaban entre sí para afrontar los duros meses de verano estudiando e intentar sacar así las asignaturas que podían haber quedado pendientes. Colegiales que se habían conjurado para hacer jornadas de «Asilo Estudiantil» en la época de las absurdas novatadas que muchos Colegios Mayores obligaban a pasar a los nuevos chavales que no estaban dispuestos a ser torturados impunemente, por el hecho de ser su primer año. Colegiales que hablaban y discutían por todo y de todo, siempre en un entorno de cordialidad y franqueza.

Fueron años en los que aprendí a amar otra forma de entender la Universidad. Tan necesaria como la que había vivido yo, de casa a mi facultad, perdiéndome por el camino en interminables partidas de billar y cafés inacabables que nublaban los horarios. Años en los que tan sólo una cosa me resultaba incomprensible: que el «Chami» fuera un colegio «solo de chicos». Muchas veces pregunté la razón y siempre me encontré la misma respuesta. «Aquí las chicas entran cuando quieren (doy fe de que así era) pero otra cosa es que vivan con nosotros». Recuerdo, como si lo tuviera delante, a un granujiento y simpático colegial diciéndome, «lo que me faltaba es que mi novia quisiera ahora venirse a vivir conmigo…» No lo entendía, pero suponía que más pronto que tarde las cosas cambiarían, como así fue… en el «Chami»…

Hoy presuntos estudiantes, vividores en algún Colegio Mayor, no precisamente barato, la han emprendido a insultos y empujones con el Rector de la Universidad Complutense. Su reivindicación, quejarse de que tres Colegios Mayores, que dependen de la Universidad, vayan a dejar de segregar al otro sexo y convertirse en mixtos. Al margen del absurdo argumento, que me devuelve a aquellos años en los que escuchaba tales banales razones boquiabierto, lo más grave es la actuación contra el Rector. Contra la máxima institución universitaria. Demostrando de nuevo el «hooliganismo» que nos invade y que ya no escapa ni al ámbito de la Universidad.

Hubo una época pasada en la que los estudiantes de las universidades fueron la punta de lanza para que nuestra sociedad avanzase. Eran los depositarios del tiempo para leer, para reflexionar, para pedir cambios. Estaban orgullosos de ello y las sociedades, mucho o poco, cambiaron gracias a ellos. Reivindicaron cosas justas y muchas veces utópicas. Lucharon con la palabra y también en la calle, es cierto. Pero nunca perdieron la dignidad de sentirse Universitarios. Y lo lograron. O no. Es lo de menos.

Pero hoy estos niñatos que escupen a un Rector porque no quieren perder sus infantiles reglas son, o tontos útiles que hacen el juego a intereses ocultos, o simplemente «sisebutos» malcriados con licencia para, algún día, obtener un título universitario.

¿Son estos los universitarios que nos llevarán a avanzar en el primer cuarto del Siglo XXI? Por la salud del país en el que vivo y por el amor que tengo a la Universidad espero que tan sólo sean una triste anécdota, pero observando lo que ocurre de un tiempo a esta parte en las universidades públicas no puedo ser optimista, por más que lo intento…

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