En esta segunda parte del post dedicado a la Mesa Redonda que compartimos el miércoles en el CRIF Las Acacias me gustaría hacer referencia al otro tema polémico que surgió también de las palabras de Agustín Cuenca, la privacidad, o más bien la desaparición de la misma. Agustín lanzó un mensaje bastante rotundo cuando dijo que debemos olvidarnos de la privacidad puesto que con la generalización de la Web Social esta camina hacia su desaparición. Algo que puede gustarnos o no, pero que simplemente es así.
Palabras duras y que considero merecen muchas matizaciones, al igual que el complejo tema de los contenidos (que está siendo desarrollado en estas interesantes conversaciones que aconsejo leer detenidamente). Ciertamente el famoso chiste de los perros conversadores en los principios de la Web ha sido superado. Hoy nos situamos frente a Internet con nuestro nombre y apellidos, incorporamos nuestras fotos, nuestros pensamientos, los hacemos públicos, en muchas ocasiones de forma inconsciente y permanecen en ella por tiempo indefinido. El concepto de lo público y lo privado parece haber quedado tan difuminado que puede entenderse que lo privado ya no tiene sentido.
No obstante, no estoy de acuerdo con que debamos aceptar esa falta de privacidad como una situación que simplemente ha de ser asumida como algo imparable. Obviamente la telaraña mundial se ha convertido en el nuevo ágora, y como tal muchas conversaciones pasan a ser del dominio público, al igual que lo eran hasta hace unos años nuestros comportamientos en el espacio off line. Pero esa situación no debe cegarnos ni llevarnos a obviar que ha de ser el usuario el que exija (y consiga) los niveles de privacidad que él exija. Indudablemente cuando realizamos una acción en el mundo off line de forma abierta y pública somos observados y juzgados por la misma. En la Red ocurre igual, la pregunta que hemos de hacernos es si somos conscientes de ello.
Es en el desconocimiento de las reglas de la Red donde radica el problema. Y en las características de la información publicada en Internet, especialmente su durabilidad en el tiempo, y acceso a la misma no sólo por particulares, sino cada vez por un mayor número de empresas.
Pongamos un símil un tanto burdo pero posiblemente válido. Imaginemos una de tantas fiestas de disfraces en las que un hombre se viste de mujer. Algo absolutamente asumido por nuestra sociedad (al margen de los todavía tristes comportamientos homófobos). Es una impostura del momento que vista desde una contextualización lúdica no significa nada más que el acto de diversión asumiendo un rol diferente.
Ahora bien, pongamos una docena de fotos de ese momento en Internet. En cualquier red social. Y descontextualicemos la situación. La imagen se convierte en la dictadora de dicho momento. A eso unamos que el nuevo entorno de «amistad» (entrecomillo ya que el tema de los «amigos» en redes sociales generará otro post) permite que cualquiera pueda recoger esa imagen, retocarla, reenviarla y reutilizarla a su modo. La metáfora del disfraz se convierte entonces en un problema, que puede ser muy serio.
Agustín comentaba que ellos en su empresa no buscan expedientes académicos, que «googlean» a sus candidatos. Y no son los únicos. Pongamos que una empresa encuentra esa imagen sacada de contexto. ¿Podemos pensar que no va a afectar más allá del puro plano on line? Sinceramente, lo dudo.
El concepto de identidad digital y la necesidad que tenemos de trabajarla como parte de nuestras habilidades digitales es clave, sin duda. Pero obviamente cualquiera que haga uso de la Web Social es consciente de que son planos cognitivos y actitudinales diferentes los que nos encontramos en ella. De ahí la exigencia de poder contar con criterios y herramientas que nos permitan valorar qué es lo que queremos hacer público y qué exigimos que sea privado. Por seguir con el símil anterior, si además de en una fiesta de disfraces disfruto vistiéndome de mujer en mi casa y no quiero que se sepa, tengo todo el derecho a que nadie entre en ella y lo cuente a todo el mundo (y que incluso se lucre con ello).
Nuevamente la función de los educadores, padres y profesionales es clave para llevar de la mano a los nuevos usuarios de la Web. Sin convertir la nueva situación en algo terrorífico, pero sin obviarla como tan sólo un nuevo peaje que debamos pagar por el «avance» de Internet. Tenemos derecho a hacer público todo lo que queramos, pero también hemos de tener el derecho al olvido o al anonimato si así lo queremos.
Todos estos argumentos se ven amplificados por el hecho de que son los niños y los adolescentes los que están incorporando a la red contenidos de forma permanente. ¿Debemos prohibírselo? Es simplemente absurdo sólo pensarlo. Pero sí debemos trabajar con ellos para que sean conscientes de las características del nuevo entorno. Acompañarles en ese viaje y, al igual que con el resto de planos de la realidad, lograr que sean conscientes de que la privacidad es una parte irrenunciable de la libertad…