Cuando la Libertad es cercenada por el negocio

Llevo haciendo radio desde 1986. Comencé en Onda Verde, cuando era la emisora libre más escuchada de Madrid (con el permiso de La Voz de la Experiencia, Cadena del Water). Mi sueño se cumplió al poder sentarme delante de un micrófono y presentar la música que adoraba. Era un programa que no habría pasado los cánones de calidad de una radio fórmula, pero era libre, fresco y divertido.

En 1988 la Ley de Ordenación de las Telecomunicaciones nos obligó a un cierre cautelar. La Cadena Ser comenzaba su voracidad imparable, a la cual seguía Onda Cero, que por aquellos días de la mano de la ONCE, estaba dispuesta a cubrir todo el espectro radioeléctrico posible. Las razones para el cierre hace más de 20 años eran muy claras: El espacio de la Frecuencia Limitada es precísamente eso, limitado. Las emisoras libres, sin publicidad, sostenidas por las cuotas de sus socios, se convertían en molestos pepitos grillos y se cerraban por Real Decreto.

Tras unos meses de indefinición, a finales de 1988 volvimos a abrir. «La hora de los brujos», mi viejo programa, se trasladó a Radio Vallekas, donde pude seguir haciendo radio libremente, pinchando la música que me gustaba, escapando de la rigidez de los guiones de la radio convencional, consciente de que un solo oyente que pudiera perderse en mi programa valía más que todos los millones de cualquier EGM.

Desde hace años hago un programa de radio en Radio Enlace. Su calidad puede que no sea elevada. Tal vez estamos muy lejos de los grandes «comunicadores» en cuanto a dicción o mensajes políticamente correctos. Pero todos los domingos, cuando llegan las diez de la noche, siento la libertad con pasión fluir frente a un micrófono, siendo muy consciente de que nuestro pequeño puñado de oyentes se ven identificados con un programa de radio diferente, con una forma de hacer las cosas de otra forma, con unos mensajes contados de manera distinta.

Y una vez más vuelve a plantearse el cierre. Da igual que las emisoras comunitarias llevemos más de 20 años esperando una licencia compartida. Lo de menos es que hayamos planteado todo tipo de alternativas para compartir un par de puntos de un dial que todavía tiene espacio. Lo importante es cercenar esas voces que no se pliegan a los intereses políticos o económicos. La Comunidad de Madrid cede gustósamente las licencias a sus amigos políticos y ahora, de nuevo mediante Ley de carácter general, la General de Comunicación Audiovisual, se planteará el cierre de las «emisoras piratas». Las que «rompen» el mercado publicitario (por no aceptar publicidad), las que «no pagan impuestos», entendidos por peajes a los gobiernos de turno, las que dan la voz a «esos» amateurs que osan lanzar su mensaje «sin calidad» frente a los popes radiofónicos reconocidos.

Durante estos días la polémica parece instalarse solo en el ámbito de Internet. Se podrán cerrar webs que enlacen contenidos protegidos por la propiedad intelectual con el beneplácito de un juez de la Audiencia Nacional. Internet cacarea en contra y, en mucha menor medida, a favor de semejante disparate. Pero la radio, esa compañera inseparable y cálida está tocada de muerte y muy pocos son los que parecen estar preocupados.

Alguno pensará que si se cierran las radios comunitarias siempre quedará emitir online, pero, ¿cuanto tiempo pasará hasta que se prohíba hacerlo también así? ¿Seguiremos aceptando que la libertad se coarte por las presiones políticas y comerciales de los grandes grupos de interés? ¿Continuaremos pensando ingenuamente que la información y la comunicación es un derecho?…