Perdone, ¿por casualidad es usted Ian Gibson?

26 de enero de 1983. El frío invierno de la meseta castellana se deja sentir en los huesos mientras tres adolescentes vuelven a casa para comer rápidamente antes de regresar a la jornada vespertina en el instituto. Tienen 14 años apenas cumplidos y no parecen ser muy diferentes de cualquier chaval de su época. Los tres visten con la «coreana» de moda. Los tres odian tener que acudir a diario a clases que creen que no sirven para nada. Los tres acumulan un inmenso cerro de suspensos ya en la primera evaluación. Acaban de empezar 1º de BUP y para la mayoría de sus profesores, ellos y buena parte de sus compañeros, no son más que una pandilla de «verracos» que se dedican a perder el tiempo hasta que sus padres les pongan a trabajar.

Vuelven a casa hablando de política. Mientras dos de ellos se consideran socialistas y están eufóricos por la reciente victoria del PSOE, uno de ellos se manifiesta anarcosindicalista. Discuten sobre Marx, sobre Bakunin, sobre la Guerra Civil. Los tres ven la única cadena de televisión existente y tienen La Clave, un programa muchas veces ininteligible para sus poco amuebladas cabezas, como punto de referencia de sus bizantinas conversaciones. Están en plena edad del pavo, en la que mezclar política con agrias luchas dialécticas sobre si AC/DC son mejores que esos nuevos que se llaman Iron Maiden es lo habitual. La confusión del adolescente. Ni tan siquiera adornada por ingenuos sueños de lo que puede deparar el futuro.

De pronto, mientras caminan por la Plaza Mayor, uno de ellos casi lanza un grito: «¿Habéis visto? ¡Ian Gibson!». Sus dos compañeros le miran con incredulidad. Los tres han visto hace unas semanas un programa de La Clave sobre José Antonio Primo de Rivera y los tres saben que Ian Gibson es un escritor extranjero que ha publicado no hace mucho un libro titulado «La noche en que mataron a Calvo Sotelo». No lo han leído. Y tampoco tienen muy claro quién era ese señor, aunque han quedado deslumbrados por el escritor que dice en la tele lo que ellos quisieran ser capaces de expresar. «Imposible. Qué va a hacer Ian Gibson en Aranda». «Tu estás tonto». Pero aun así los tres dan media vuelta y comienzan a seguir a un tipo alto, con pinta de extranjero despistado, que desentona entre los paisanos burgaleses. Al comienzo de la Calle Isilla ya no pueden aguantar más y uno de ellos, espoleado por la vergüenza de sus dos compinches, hace el esfuerzo de adelantar el paso. «Perdone, ¿por casualidad es usted Ian Gibson?». «Por casualidad, no. Soy Ian Gibson» es la respuesta que recibe mientras unos ojos claros parecen taladrar a los chavales. El escritor contesta muy serio aunque un instante después lanza una inmensa sonrisa que deja a los chicos sin palabras. «¿Qué le trae por Aranda? Es increíble verle aquí» espeta el valiente, mientras que la incredulidad del irlandés da paso a la diversión por ser interrogado por tres micos que apenas deben haber salido del colegio. «He venido a comer. Estoy buscando este restaurante…». Aranda de Duero, la capital del lechazo y del vino. Qué si no podría hacer allí. Al momento los tres pelones le proponen acompañarle. Casa Corrales es el destino. Destino cercano hasta el cual la conversación vuelve a la época de la República Española. Los tres adolescentes oscilan entre dar su opinión y escuchar al hispanista en una clase de historia única, personal, total y absolutamente irrepetible. Breve, también. Que termina con tres apretones de mano, muy serios y un «por favor, nos podría firmar un autógrafo» casi musitado al cuello de la parca azul.

Autografo_GibsonLlegan los chavales a sus casas para comer. Con más de una hora de retraso. Y apenas un rato después vuelven a encontrarse. La bronca recibida por la tardanza no parece haber sido insalvable. Los tres preciados papeles garabateados han servido como salvoconductos en esta ocasión. Hasta la próxima pelotera en casa, que no tardará en llegar. Odian el instituto. Odian las clases y a sus profesores. El mundo les odia a ellos. Tienen 14 años.

1993. Han pasado diez años. Uno de ellos trabaja en Televisión Española. Aquella en la que Ian Gibson había aparecido y había guiado los debates de su adolescencia. Otro, hace un año que ha terminado la Licenciatura en Historia. El tercero, tras acabar su primera carrera, está a punto también de licenciarse en Historia Contemporánea. Recuerdan aquel lejano día. Lo comentan. Se sorprenden de los giros que da la vida. No son los desahuciados mentales que les suponían en el instituto. Y recuerdan la figura de Gibson. Han leído a Lorca. No solo por la genialidad del poeta, sino porque aquel héroe que les hizo caso en vez de mandarles al cuerno lleva años escribiendo sobre él. Uno de ellos se conjura ante el resto: «algún día volveré a ver a Ian Gibson. Le recordaré nuestro encuentro y le pediré de nuevo que me firme un autógrafo». Sus dos compañeros saben que así será. Y que ellos también harán lo posible por repetir aquel momento.

11 de junio de 2017. Más de 34 años después de aquel frío día de enero. Ian Gibson ha seguido escribiendo y publicando. Es considerado uno de los mejores hispanistas del mundo. Hace décadas que vive en España y su último libro, «Aventuras ibéricas» hace poco que ha visto la luz. Un recorrido por el país que un día le acogió, un ensayo que ofrece retazos de una vida, a caballo entre lo autobiográfico y lo costumbrista. El escritor cumple con su trabajo visitando la ineludible cita de la Feria del Libro de Madrid. Día de firmas y día de anécdotas. Como la de enfrentarse a una edición del libro en la que las erratas de los mapas que lo abren y lo cierran hacen que se pierda un poco el sentido de la obra. Y como la de encontrarse con uno de aquellos niños de hace más de treinta años. De escuchar de su boca lo que significó aquel momento para aquel crío. De mirar asombrado el ajado papel, amarillento por el paso del tiempo, y recordar de pronto la fecha y el motivo de su visita a Aranda de Duero aquel 26 de enero.

Gibson2017El escritor y el niño que hace ya muchos años abandonó la inocencia comparten una cerveza. Vuelven a hablar de política. Y de historia. Y de España. Y se produce el momento esperado. Tantos años después las palabras vuelven a juntarse en una dedicatoria, tan especial como deseada. El tiempo parece detenerse y el hombre que una vez, siendo niño, regresó a su casa volando de emoción, vuelve a vivir aquella sensación al despedirse. «Por casualidad, no. Soy Ian Gibson.»…

6 comentarios

  • Carlos Martin Moreno

    Hola Fernando, me ha gustado mucho tu historia, no se porque pero desde los primeros reglones me imaginé, que ese niño ibas a ser tú. Increíble de verdad. Las casualidades existen, algunas no.

  • Qué genial Fernando, precioso y lo mejor, ¡¡¡¡verídico!!!!

  • Genial, Fernando! Me has hecho retroceder en el tiempo 🙂

  • milangela mendoza

    espectacular historia y toda una realidad muchos tenemos historias como estas ya sea en los estudios, deporte, arte, nadie sabe quien va a ser en el futuro todo debemos es ponerlo en manos de dios como decía un profesor checo, el futuro solo esta escrito en el libro de la vida que dios ya realizo. https://preply.com/es/skype/profesores–checo

  • Buenos días Sr. Checa.
    El mundo es una caja de sorpresas y todos jugamos en ella. Y claro que existen las casualidades, sobre todo las grandes casualidades, como ayer mismo me pasó
    en persona…! Asistí en mi calidad de periodista y modesta influencer local a un evento en Bilbao donde usted participaba organizado por Innova Bilbao 2018, hasta aquí todo normal…, salvo, y me adelanto un poco a la moraleja final, decir que tampoco estuvo usted seguramente de aprobado…, fueron en mi modesta opinión una retahíla de obviedades sociológicas de este convulso tiempo que nos toca vivir, puro sentido común bien rentabilizado mediáticamente por su parte… El caso es que luego, a la noche, volvimos a coincidir sin ni usted ni yo saberlo a priori, claro, en un buen restaurante de esta pequeña ciudad, en un buen restaurante de un buen amigo… Sí, yo era una de las chicas que estaba en una de las mesas al lado de la suya, con un gran ventanal detrás… Estaba usted con otra persona, con una mujer, hasta aquí nada extraordinario ni sorprendente, salvo la pequeña coincidencia de coincidir 2 veces en el mismo día. El restaurante como decía es de un buen amigo de la infancia, un tío honesto donde los haya, luchador, íntegro, trabajador incansable, seguramente como lo fuera el Ian Gibson de su relato.., no lo sé, no tuve el placer de conocerle como sí lo tuvo ese niño que fue usted. Pero hoy hablando con mi amigo, tomando un café con él al mediodía en ese mismo local, casualidades de la vida, me enseña en su iphone, disgustado, la peor nota que le han puesto nunca en su restaurante en una conocidísima web de reservas, un 4,5 sobre 10 (la peor entre más de 300 valoraciones..), no le salvaba usted en nada…, ni en comida ni en servicio ni en el local que por cierto es una preciosidad…., todo una mierda, según usted.., hay que ver…. El hombre, mi Ian Gibson de este relato, estaba apesadumbrado…, tiene 14 personas a su cargo y vive cada valoración en las redes, ese mundo del que usted se autodenomina experto en marketing digital, etc., etc., con una pasión e intensidad como solo alguien de su valía y honestidad moral y profesional puede hacerlo.
    Me enseña además irónicamente la nota de la cena del susodicho cliente que en uno de los más prestigiosos restaurantes de carne y pescados de Bilbao había pedido, junto a su acompañante, una tabla tricolor de jamón /paté idiazaball, unos txopitos (puntillas de calamar) rebozados y unas croquetas..!! Por cierto todo lo anterior tengo el deber moral de atestiguar que son EXCELENTES..!! De repente, cojo su iphone y al mirar a la pantalla veo su nombre cormo autor de la crítica…, “Sr. Fernando Checa”…, no podía creérmelo…, le enseñé una foto suya de Internet, y efectivamente, ahí se confirmó su identidad, sí, era usted, el mismo que habla ex-cátedra del marketing digital, del valor y estrategia educativas de los blogs en el ámbito universitario, y algunas y variadas monsergas más… Un hombre madurito con pintas de adolescente eterno, un perdonavidas típico de nuestra querida piel de toro, un endiosado reinventado en las nuevas tecnologías desde su licenciatura original en filosofía…, qué lejos quedan Kant, Ortega, Unamuno y tantos otros..!, Un perfil de los que tantas descripciones y crónicas brillantes nos dado nuestro admirado para muchos Perez Reverte… En fin, que está usted también humanamente suspendido, sin duda, ahí tiene su 4,5 para usted desde mi humilde morada y mirada existenciales…Recupere usted, si me lo permite, algo de la inocencia y generosidad de aquel niño de su escrito, recupere usted con ello algo de la humanidad y grandeza inherentes a esa edad sagrada de la existencia humana, y déjese de ir prepotentemente perdonando vidas de aquí para allá, está usted desenmascarado al menos para una parte importante de mi entorno, que lo sepa…
    ¡Salud y mucha mierda, Sr. Checa!

  • Fernando Checa

    Buenos días, Izaskun

    La casualidad lleva también a que me encuentre este comentario publicado en mi blog, que permanecía inactivo desde hace un año, en un post que no tiene nada que ver con lo que usted indica. No obstante, dado que se tomó la molestia de escribir un largo párrafo, casi sin tomar aire y posiblemente sin reflexionar sobre lo que estaba escribiendo, algo que debería ser básico para alguien que se dice periodista, y puesto que este comentario lleva ya dos meses publicado, voy a responder a algunas de sus apreciaciones.

    Por mi profesión como profesor universitario y formador no solo estoy abierto a las críticas sobre mi trabajo sino que estas son absolutamente necesarias. Es la crítica negativa, aquella que alumnos o asistentes a un curso o conferencia puedan realizar, mostrándose disconformes con el fondo o la forma, la que me ayuda a intentar mejorar para el siguiente. En ningún caso pondré en duda a los asistentes al mismo, por más que interiormente pueda no estar de acuerdo. Considera usted que mi conferencia en Innova-Bilbao fue tan solo una «retahíla de obviedades sociológicas bien rentabilizadas mediáticamente por mi parte». Le agradezco su punto de vista, aunque quizá este hubiera tenido más sentido de ser planteado en alguno de los entornos donde se publicó en vídeo dicha conferencia, Twitter o LinkedIn, para así haber podido establecer una conversación sobre aquellos aspectos que a usted no le convencieron o que cree que deberían haber sido tocados en mayor profundidad.

    Pero no acude usted a esta página para criticar mi ponencia en el congreso o para plantear una opinión diferente y absolutamente legítima sobre las posiciones que expuse en Bilbao. Lo hace para, presa de la indignación ante una puntuación negativa a un restaurante de un amigo, insultarme en un tono pretendidamente culto. Es decir, el problema no es que a usted no le pareciera bien lo que dije o dejé de decir sobre el escenario del Guggenheim sino que, una vez terminado el evento, yo tuviera la desfachatez de cenar en un restaurante de alguien cercano y que no me gustara la comida, ni me convenciera el entorno, ni pensara que el servicio era sobresaliente.

    No dudo yo que su amigo sea un excelente profesional y que esté preocupado por las valoraciones de su negocio. Aunque mostrar datos privados, como lo que un cliente insatisfecho cena o deja de cenar, no denote la gran honestidad que usted le atribuye. Y a tenor de las contestaciones que esta persona deja a aquellas críticas que no le son absolutamente positivas (le animo a que las revise puesto que son públicas) tal vez a esta persona no le vendría mal un poco de formación en el uso de esas redes sociales que tanto parecen preocuparle.

    Se presenta usted como «modesta influencer local» y me habla de calidad de unas croquetas. Tampoco tengo duda de que sus opiniones sobre este plato serán muy valoradas entre su amplio o modesto grupo de influenciados. Y a continuación, presa de la ira, se refiere a mi campo de investigación, profesional y académico como «variadas monsergas». Puedo entender que la innovación educativa o el marketing digital, campo en el que trabajo desde hace 20 años, no le interesen. Pero lo que a usted realmente le indigna es que no me gustara el restaurante de su amigo. Y eso me convierte en un ser «perdonavidas», «endiosado», «inhumano» y «prepotente». Fascinante…

    Cita usted a Kant, Ortega y Unamuno. Le animo a que revise en profundidad la «Crítica de la razón pura», seguramente le ayudará a mejorar sus propios posicionamientos críticos. También puede hacerlo con los escritos sobre perspectivismo de Ortega, donde seguramente se dará cuenta de que «la verdad» es solo la de uno mismo. Si hablamos de Unamuno, reconozco que usted representa perfectamente la paradoja entre la afirmación individual y los usos acertados en las relaciones sociales. Y ya que usted es aficionada a Pérez Reverte tal vez pueda releer «Manolo y la jauría», toda una oda sobre los comportamientos de los sujetos que utilizan internet para insultar y faltar el respeto.

    Cerré mi conferencia en Innova-Bilbao planteando que la formación y la educación digital es absolutamente fundamental. Que exista y que sea de buena calidad. Puesto que con ella nos estamos jugando el futuro de una sociedad que utilice de manera correcta la tecnología y que evite los comportamiento impropios de una ciudadanía cívica. A tenor de su mensaje, hoy estoy más convencido de que esto es absolutamente necesario. Por cierto, he de recordarle que no llevo ninguna máscara: uso mi nombre y apellido para firmar en esta página y en cuantas redes sociales participo, mi fotografía está publicada en Internet así como mi curriculum completo. Es fácil saber dónde estoy y no me escondo nunca tras un seudónimo. Algo que no todo el mundo puede decir.

    Le agradezco su despedida. Sin duda espero tener salud y que el grito de «Mucha mierda» siga significando que tras un curso, una ponencia o una conferencia, la mayoría de los asistentes puedan salir satisfechos. Si no es así, me esforzaré para que la siguiente vez sea mejor.

    Igualmente, ¡Salud!