Ya.com ¿ladrones o idiotas?

Fui cliente de Ya.com durante años. No me fue mal. Del todo. En un tiempo en el que tener ADSL era casi un lujo, al menos contaba con una conexión aceptable. La mantuve durante bastantes años, hasta que finalmente cambié de domicilio y la di de baja. O al menos eso creía. Publico aquí el mail que acabo de mandar a su departamento de facturación:

Estimados Señores,

Les escribo este mail tras una conversación con su departamento de facturación vía llamada al 902 052 192, iniciada a las 18:39 del día 7 de junio de 2010.

Mi nombre es Fernando Checa García, con DNI:xxxxx. Fui cliente suyo durante bastantes años, hasta que en enero de 2009 tramité telefónicamente la baja debido a que dejaba de vivir en el domicilio en el que tenía contratado el servicio.

En su momento tuve una larga conversación con una señorita que me pasó un cuestionario de satisfacción para saber por qué me daba de baja y finalmente entendí que todo quedaba arreglado, puesto que de hecho se me facturó una cantidad extra en concepto de cancelación.

Mi sorpresa fue que al mes siguiente me encontré con una nueva factura de Ya.com. Tras volver a llamar a su teléfono 902 tuve que discutir durante larguísimos minutos para conseguir sacar en claro que, pese a poder dar de alta telefónicamente su servicio de ADSL , debía enviar un fax con mis datos y los motivos de baja, en el que se incluyera una fotocopia de mi DNI. Sin estar de acuerdo con esa política absurda, así lo hice, no obstante.

En el mes de marzo de 2009 di orden al banco de que se dejase de pagar un servicio que ya no se estaba disfrutando, puesto que ya no vivía en el domicilio y había cumplido con los requerimientos de su empresa. De hecho, a finales del mes de marzo comprobé que el servicio de ADSL había dejado de prestarse, por lo que entendí que el asunto había quedado zanjado.

En el mes de mayo de 2009 recibí una nueva llamada de Ya.com reclamándome una factura del mes de marzo de 2009. Le expliqué a la señorita que me llamó que era imposible puesto que había dado de baja el servicio. Y ella me contestó que podría ser que estuviera en tramitación. En cualquier caso volví a hablar con el banco para explicarles que ya no vivía en esa casa y que tras cursar la baja no pagasen más facturas en el caso de que llegara alguna.

Finalmente, hace unos minutos, una señorita de una empresa llamada IGS (algo parecido) se ha puesto en contacto conmigo para decirme que debo una factura de 31 € de, ¡enero de 2010! Que iban a iniciar un proceso monitorio contra mi y que tengo que darles mi número de baja o en 7 días nos veremos en los tribunales. Tras llamar a su servicio de facturación, un caballero me ha dicho que debo tres facturas, noviembre, diciembre y enero de 2010, y posteriormente, una compañera suya me ha dicho que no, que debo realmente cuatro facturas. ¿Por qué no ocho?. Llevo sin pagar su servicio desde marzo de 2009, osea que podrían ser incluso 15…

Como Uds. pueden comprender no entiendo nada, puesto que desde el mes de marzo de 2009 la baja está tramitada. Ahora resulta que según Uds. me han estado cobrando un servicio que no he recibido, por un lado, y han dejado de cobrar un servicio que, no solo no he recibido, sino que en ningún caso debería haber pagado ya que la baja se tramitó de acuerdo a todas sus instrucciones.

Como operadora que son, pueden comprobar que el tráfico de esa ADSL es inexistente. Tiene que ser así puesto que esa casa que yo habité durante años está cerrada y me consta que, ni la han vendido ni alquilado.

En fin, tras este largo correo espero que puedan Uds. comprender que esta situación es algo más que intolerable, es completamente surrealista. Así pues, por favor, les rogaría que revisen mi expediente, indaguen lo que deban indagar, solucionen sus problemas administrativo-financieros y, finalmente, me digan cual es el «número de baja», si es que existe, o se lo hagan llegar Uds. a esa empresa que me ha llamado esta misma tarde.

Atentamente

¿Servirá este correo de algo? Lo dudo. Pero tal vez si llegas hasta aquí pensando en contratar una ADSL con Ya.com lo tengas un poco más claro: Vete a cualquier otra operadora. Puede que sean más ladrones, o tal vez más imbéciles, pero juntar ambas «cualidades»…

Educamos o Enredamos II

En esta segunda parte del post dedicado a la Mesa Redonda que compartimos el miércoles en el CRIF Las Acacias me gustaría hacer referencia al otro tema polémico que surgió también de las palabras de Agustín Cuenca, la privacidad, o más bien la desaparición de la misma. Agustín lanzó un mensaje bastante rotundo cuando dijo que debemos olvidarnos de la privacidad puesto que con la generalización de la Web Social esta camina hacia su desaparición. Algo que puede gustarnos o no, pero que simplemente es así.

Palabras duras y que considero merecen muchas matizaciones, al igual que el complejo tema de los contenidos (que está siendo desarrollado en estas interesantes conversaciones que aconsejo leer detenidamente). Ciertamente el famoso chiste de los perros conversadores en los principios de la Web ha sido superado. Hoy nos situamos frente a Internet con nuestro nombre y apellidos, incorporamos nuestras fotos, nuestros pensamientos, los hacemos públicos, en muchas ocasiones de forma inconsciente y permanecen en ella por tiempo indefinido. El concepto de lo público y lo privado parece haber quedado tan difuminado que puede entenderse que lo privado ya no tiene sentido.

No obstante, no estoy de acuerdo con que debamos aceptar esa falta de privacidad como una situación que simplemente ha de ser asumida como algo imparable. Obviamente la telaraña mundial se ha convertido en el nuevo ágora, y como tal muchas conversaciones pasan a ser del dominio público, al igual que lo eran hasta hace unos años nuestros comportamientos en el espacio off line. Pero esa situación no debe cegarnos ni llevarnos a obviar que ha de ser el usuario el que exija (y consiga) los niveles de privacidad que él exija. Indudablemente cuando realizamos una acción en el mundo off line de forma abierta y pública somos observados y juzgados por la misma. En la Red ocurre igual, la pregunta que hemos de hacernos es si somos conscientes de ello.

Es en el desconocimiento de las reglas de la Red donde radica el problema. Y en las características de la información publicada en Internet, especialmente su durabilidad en el tiempo, y acceso a la misma no sólo por particulares, sino cada vez por un mayor número de empresas.

Pongamos un símil un tanto burdo pero posiblemente válido. Imaginemos una de tantas fiestas de disfraces en las que un hombre se viste de mujer. Algo absolutamente asumido por nuestra sociedad (al margen de los todavía tristes comportamientos homófobos). Es una impostura del momento que vista desde una contextualización lúdica no significa nada más que el acto de diversión asumiendo un rol diferente.

Ahora bien, pongamos una docena de fotos de ese momento en Internet. En cualquier red social. Y descontextualicemos la situación. La imagen se convierte en la dictadora de dicho momento. A eso unamos que el nuevo entorno de «amistad» (entrecomillo ya que el tema de los «amigos» en redes sociales generará otro post) permite que cualquiera pueda recoger esa imagen, retocarla, reenviarla y reutilizarla a su modo. La metáfora del disfraz se convierte entonces en un problema, que puede ser muy serio.

Agustín comentaba que ellos en su empresa no buscan expedientes académicos, que «googlean» a sus candidatos. Y no son los únicos. Pongamos que una empresa encuentra esa imagen sacada de contexto. ¿Podemos pensar que no va a afectar más allá del puro plano on line? Sinceramente, lo dudo.

El concepto de identidad digital y la necesidad que tenemos de trabajarla como parte de nuestras habilidades digitales es clave, sin duda. Pero obviamente cualquiera que haga uso de la Web Social es consciente de que son planos cognitivos y actitudinales diferentes los que nos encontramos en ella. De ahí la exigencia de poder contar con criterios y herramientas que nos permitan valorar qué es lo que queremos hacer público y qué exigimos que sea privado. Por seguir con el símil anterior, si además de en una fiesta de disfraces disfruto vistiéndome de mujer en mi casa y no quiero que se sepa, tengo todo el derecho a que nadie entre en ella y lo cuente a todo el mundo (y que incluso se lucre con ello).

Nuevamente la función de los educadores, padres y profesionales es clave para llevar de la mano a los nuevos usuarios de la Web. Sin convertir la nueva situación en algo terrorífico, pero sin obviarla como tan sólo un nuevo peaje que debamos pagar por el «avance» de Internet. Tenemos derecho a hacer público todo lo que queramos, pero también hemos de tener el derecho al olvido o al anonimato si así lo queremos.

Todos estos argumentos se ven amplificados por el hecho de que son los niños y los adolescentes los que están incorporando a la red contenidos de forma permanente. ¿Debemos prohibírselo? Es simplemente absurdo sólo pensarlo. Pero sí debemos trabajar con ellos para que sean conscientes de las características del nuevo entorno. Acompañarles en ese viaje y, al igual que con el resto de planos de la realidad, lograr que sean conscientes de que la privacidad es una parte irrenunciable de la libertad…

Educamos o Enredamos I

Ayer tuve la oportunidad de compartir una Mesa Redonda sobre Redes Sociales y Educación en las Jornadas de Integración de las TIC en la Enseñanza, organizadas por el CRIF Las Acacias e invitado por Antonio Fumero, uno de los profesionales y amigos más interesantes que uno puede conocer en este mundillo de «lo social» en la Web. La Mesa la componíamos, además de Antonio y yo mismo, Agustín Cuenca, histórico de la Web por su trabajo de consultoría, María José Mayorgas, experta psicóloga especializada en adicciones y Charo Fernández, una de esas profesoras con las que uno sueña haber sido su alumno, trabajadora incansable en pos de la adaptación de las metodologías educativas a los nuevos entornos.

Como es habitual en una Mesa Redonda se tocaron infinidad de temas relacionados con el mundo de la Web Social, desde la necesidad por parte de los profesores de conocer el entorno en el que, no sólo nuestros alumnos, sino cada vez más una parte de la sociedad se interrelaciona, hasta los peligros que pueden suponer las redes sociales, desde el punto de vista de adicciones o seguridad. No obstante, hubo dos aspectos polémicos que se afrontaron y que bajo mi punto de vista no quedaron demasiado tratados, mereciendo una mayor reflexión que la que pudimos tener en las dos horas que compartimos el tiempo con los asistentes a las jornadas.

En primer lugar, Agustín lanzó un órdago cuando aseveró que los contenidos ya no son importantes. Que resulta absurdo pedir a nuestros alumnos que memoricen contenidos cuando estos están disponibles en Internet. Que, en todo caso, deberíamos ser capaces de llevar a los alumnos a la red para que sean ellos los que, bajo un sentido crítico, detecten dichos contenidos y trabajen sobre ellos.

Como es natural este argumento creó la polémica buscada, especialmente en varios de los profesores que asistían al acto. Decir públicamente que los contenidos no tienen importancia en un auditorio de profes de secundaria puede parecer un disparate. Y posiblemente lo sea si nos quedamos simplemente en la parte procedimental. Es fácil pensar que lo que Agustín estaba pidiendo es que el profesor se limitase a pedirle a sus alumnos que busquen en la Web y que se conviertan en filtros de datos, o a todo lo más, en filtros de información.

No obstante, creo que el argumento de Agustín y también el de Antonio, tenía más que ver con la necesidad de un cambio efectivo en la creación y la transmisión del conocimiento, basado, si se quiere mantener la «nomenclatura», en el intercambio de objetos de aprendizaje/contenidos. No me cabe duda de que, por ejemplo, para llegar al cálculo diferencial y lograr resolver derivadas es necesario comprender previamente el concepto de límites. Y que es imposible entender un límite si no se entiende qué es una recta o una tangente. Tal vez ahí sea donde nos encontramos con el principal problema de muchos docentes. Consideramos que debemos «enseñar» esos conceptos/contenidos ya que nosotros los «comprendemos» y nuestros estudiantes no. Pensamos que hablar del cambio de paradigma puede significar que el alumno no llegue a aprender si quiera la tabla de multiplicar y, lógicamente, acabe «no aprendiendo nada» (uso el símil de las matemáticas puesto que fueron y siguen siendo mi pesadilla desde que comencé a «estudiar»).

Insisto que el problema no creo que deba situarse en la «presunta» desaparición de los contenidos sino en la forma en la que llegamos al aprendizaje de los mismos. Por seguir hablando de Matemáticas, ¿recordamos cómo los alumnos «de letras» logramos «aprender» trigonometría? ¿Alguien fue capaz de explicarnos para qué servía calcular senos, cosenos y arco tangentes? Al menos yo lo único que recuerdo son pizarras y más pizarras repletas de circunferencias cortadas por líneas y rodeadas de letras con las que se hacían operaciones arcanas. Nadie me explicó, por ejemplo, que gracias a ella era posible entender como funcionaban los satélites o, por ejemplo, entender cómo funciona (en parte) la telefonía móvil.

Ahí es donde creo que el cambio en el paradigma de la creación-transmisión de contenidos ha de incidir. Es el profesor el que sigue transmitiendo, convencido de que su sabiduría es superior a la de sus alumnos. En todo caso el alumno ha de limitarse a realizar problemas y ejercicios que demuestren la comprensión del concepto transmitido tras las horas de tiza. Lo de menos es si el alumno logra llegar al conocimiento con la ayuda del docente, cuando esa ayuda se limita a «dictar» unos contenidos curriculares mínimos que han de alcanzarse.

Por supuesto todo es matizable, pero hoy nuestros alumnos necesitan, exigen, si se me permite, una forma de aprendizaje diferente. En la que el descubrimiento esté en sus manos, tenga que ver con realidades conocidas y tenga una aplicación. Con esto no quiero decir que otras disciplinas como la Filosofía (por hablar de otro de los puntos candentes de la mesa) no deban ser afrontadas bajo esta nueva perspectiva. Recuerdo cómo estudié la retahíla de autores que iban desde los presocráticos hasta Ortega. Y recuerdo la sensación final de haber aprendido tan sólo que el siguiente autor decía lo contrario del anterior. Horas y más horas de codos para memorizar conceptos que fueron olvidados al día siguiente del examen. ¿Para eso queremos santificar los contenidos? Tal vez mi profesor estuviera orgulloso por llegar al final del temario que exigía el curriculum ministerial, pero de lo que estoy seguro es de que salvo ejercitar la memoria a corto plazo, aquellos «contenidos» fueron tan sólo una piedra más en el camino antes de llegar a la ansiada Universidad.

Las herramientas sociales (blogs, podcasts, wikis, redes sociales y todas las que nos podamos inventar durante los próximos años) no son más que medios que nos deben permitir un cambio de metodologías de aprendizaje. Y el sacrosanto «contenido sí-contenido no» debe desaparecer de nuestro debate. No porque eso signifique dejar de aprender «cosas» sino porque el aprendizaje debe llevar al contenido como esquema mental y de actuación efectiva, práctica o metafísica.

Durante años he impartido «contenidos». Hasta que dejé de hacerlo. Ahora son mis alumnos los que crean contenidos. En sus mentes, a través de un proceso reflexivo, investigador, apoyado en el trabajo en grupo, compartiendo, colaborando y, finalmente, publicando sus resultados. No he desaparecido como docente. Pero ya no soy el «Dios» que sube a la tarima y explica. En todo caso ayudo a llegar a ideas y a su puesta en práctica cuando estas son instrumentales. ¿Tengo más trabajo? Posiblemente pueda entenderse así. Aunque yo lo veo como una forma diferente de realizar mi profesión docente. Lo importante se ha convertido en aquello que aprenden mis alumnos, no aquello que me demuestran haber memorizado. Y no por ello he cambiado los objetivos de lo que deben aprender, sino el cómo. Creo que ahí es donde los medios sociales tienen una función facilitadora absolutamente crucial, y creo que es ahí donde debemos establecer el debate.

Gracias a los medios sociales mis alumnos se enfrentan al descubrimiento del contenido y trabajan con los mismos. Muchas veces alcanzan los objetivos de aprendizaje y otras veces no. Usar las nuevas herramientas y una pedagogía diferente no evita que haya alumnos que erren y que haya que hacer un esfuerzo extra. Pero desde que cambié de metodología el fracaso disminuyó. Y la calidad (y cantidad) de lo reflejado en las cabezas de mis alumnos (y en su satisfacción post-curso) es tan grande que hoy ya no puedo dar marcha atrás. En todo caso, seguir avanzando…

(En la segunda parte del post trataré el segundo de los aspectos polémicos: la privacidad)

1 2