Internet: Pedofilia, hackers y malos, muchos malos

Hace 10 años trabajaba en un banco. Todos los días daba la murga a mis jefes para poner en funcionamiento un sitio web ya que veía como nuestra competencia nos iba a adelantar sin ningún tipo de duda. Me pasaba la vida peleándome con el entorno que me rodeaba, enseñándoles que lo que aparecía en la pantalla suponía una revolución para la empresa, para la comunicación, para las personas. En aquellos días me miraban como un marciano. Continuamente tenía que enfrentarme a comentarios que oídos hoy serían risibles: «Internet, eso sólo sirve para perder el tiempo, el negocio de verdad jamás estará ahí…»

Además de aquellas posiciones tan preclaras, mi pelea permanente era luchar contra el miedo. Miedo a lo desconocido. Terror ante un entorno que aparecía y que era difícil de medir salvo con la mente abierta, mirando al futuro. Eran días en los que la burbuja se inflaba. Cada vez más. Y en los que los noticiarios simplemente mostraban que un puñado de tipos extraños, sin corbata y descamisados ganaban dinero de forma poco clara. Se hablaba de virus. Se hablaba de pornografía. Y «sex» era la palabra más buscada en el líder Yahoo!

Una década después tenemos una generación que ha crecido enganchada al ratón. Y aun así la penetración de lo digital en nuestro país no nos pone precisamente en cabeza de los países más avanzados. La burbuja explotó y hasta Terra, aquel engendro que cual anuncio de higiene femenina prometía servir para todo, acabó por quedar relegada a un no se sabe muy bien qué.

Todas las empresas crearon sus webs. La gente perdió el miedo a comprar por Internet. Todo el mundo obtuvo sus claves para operar on line con sus entidades financieras. La administración permitió que los contribuyentes entregaran la declaración de la renta a través de Internet. Aparecieron universidades que sólo ofrecían sus estudios mediante e-learning y no por ello perdían calidad. Los investigadores de todos los campos pudieron acceder por fin a millones de documentos en sus casas, con pocos clics.

Empezamos a evolucionar al doscero. Ese amalgama de ideas que pueden resumirse en la creación permanente. En la que ya no te llamabas Vanessa si eras Mariano cuando entrabas en un chat. En el que las fotos hechas con el mail subían de forma casi instantánea al nuevo mundo digital.

Muchas cosas cambiaron, incluso en los telediarios. Hasta fue posible suscribirse a sus fuentes de noticias. Saber qué pasa en el mundo entero de forma inmediata. Enterarse de los lances de una corrida de toros o un partido de fútbol mediante un Twitter o crear campañas virales contra los problemas de nuestros días.

Pero otras muchas no han dejado de hacerlo. Tendremos ministra de Innovación y planes, muchos planes que no se sabe muy bien si avanzan o se enquistan. Pero poner cualquier Telediario y oír acerca de Internet es volver 10 años atrás. Redes de pedófilos que caen, millones de piratas descargándose el trabajo ajeno, robos de contraseñas, suplantaciones, el infierno y todos sus jugadores ocultos en el ciberespacio.

Tal vez esos mensajes sean los que venden. No es noticia el perro que muerde al hombre, sino el caso contrario. Pero cuando millones de españoles siguen pensando que «eso de la internés» es una entretenta perniciosa y maligna, la responsabilidad de los medios de comunicación se hace palpable. Medios de comunicación que se muestran muy ufanos y orgullosos de mantener la llama de la «auténtica» comunicación, el espíritu del verdadero periodismo, la Agenda Setting de la verdad. No les vendría mal una reflexión profunda. Hay malos, muchos, escondidos en Internet. Pero también en el callejón de atrás de casa, en el piso de abajo, en la calle de al lado. Una reflexión que mucho me temo que no van a hacer…


¿Mirar la tele?

Paso muchas horas leyendo blogs. Y muchas más navegando en Internet. La Tele se ha convertido para mí en un cacharro que sirve para proyectar DVD´s de vez en cuando, acompañar durante alguna comida y decorar monstruosamente el salón.

Pero de vez en cuando la miro. Más bien me trago algún programa de los que los que salpican una programación insulsa y absurda. Supongo que todos lo hacemos. Incluso me flagelo tragándome contenidos sonrojantes, de esos tan lamentables que hacen enrojecer simplemente con la mera mención a su visionado. Después de hacerlo suelo olvidarlos rápidamente, en mayor o menor medida. Lo normal es que le dedique el tiempo de atención que le dedico a los anuncios (salvo cuando los visiono trabajando), es decir, el de la memoria de un pez.

Pero también, a veces, me cabreo. Me mosqueo hasta la saciedad con algo que es tan sencillo evitar como mover el dedo en el mando a distancia. Con la serie de TVE, Fago, me ha pasado eso. Me he tragado dos capítulos y medio. El primero y el último completos. Creo que porque al no sentir la llamada de la penitencia semanasantil necesitaba hacer mi vía «crucis particular». Si no, no tendría otro sentido.

TVE consigue sorprender con sus trabajos. Siempre se recuerdan series memorables, no sólo las de hace décadas, añejas ya en el recuerdo, sino incluso en estos tiempos de tricornios televisivos, esa Desaparecida e incluso su spin off UCO, sorprendentes trabajos que convertían a la Benemérita en un cuerpo televisivo interesante a la par que novedoso.

Y he aquí que de pronto nos encontramos con Fago, la recreación de un crimen en proceso de investigación, a pocas meses del inicio del juicio. Una serie que tan sólo por la polémica de su «casi secuestro» prometía y que se ha convertido en algo tan absolutamente bochornoso que hoy entiendo mucho mejor qué es lo que tiene Internet, que lleva a hacernos olvidar las 625 líneas (todavía las tengo, si)


Una especie de sargento Arensivia risible, un teniente que resulta que es gay y está traumatizado por el asesinato de su «amigo especial», un alcalde que, según el «guión», se merece el destierro… Eso si nos fijamos en los «actores». Porque la dirección de los mismos, sus «líneas de diálogo», la fotografía, la música… Leche, hasta los anuncios en formato «2 bloques x 1», cortesía del ente público se hacen más entretenidos.

Estupefacto y aterrorizado por tamaña estulticia acudo a la blogosfera preguntándome si soy un bicho raro y me doy cuenta de que no, que muchos de los que huimos de la trasnochada «cajita de chorradas» pensamos lo mismo. Eso sí, 4 millones de espectadores me llevan la contraria. Es decir, todavía, pertenecemos a la minoría ¿Seremos demasiado exigentes o tal vez Internet nos nubla el sentido…?