Mamá, quiero ser Ministra

La democracia representativa pone en manos de los líderes políticos la responsabilidad de elegir a los mejores, de establecer las políticas más acordes para el liderazgo de un país, en función de un programa que es previamente conocido por los ciudadanos. De este modo, los ciudadanos cada cuatro años votan una opción política y esperan, en el caso de que gane la opción que ellos metieron en el sobre, que sus elegidos los hagan lo mejor posible.

Se conforma el gobierno, se reparten carteras, supuéstamente entre los mejores y los ciudadanos asisten al desarrollo de políticas que pueden ser o no acertadas. Es el juego democrático. Con el que nos dotamos hace más de 30 años al ser el menos malo posible y que parece no tener visos de evolucionar.

Sin embargo un país se ha de adecuar a los nuevos tiempos. Por un empecinamiento estúpido hace cinco años este país gritó basta y tumbó a un gobierno que lo tenía todo para repetir. Y nuevamente volvemos a notar ese enrocamiento, ese mirar hacia otro lado, ese sentir más allá de toda crítica o sugerencia. Gobernando sólo para unos pocos, sin ser capaces de mirar alrededor.

No entiendo para qué sirve el Ministerio de Cultura. Siempre me ha parecido un gasto inaceptable, puesto que la Cultura es algo que debería estar unido a la Educación. Los museos, el Patrimonio Nacional o el Instituto Cervantes son entidades que deberían estar mucho más cercanas a un Ministerio de Educación cada vez con menos competencias. El Ministerio de Cultura hace tiempo que se convirtió en un reducto de snobs, de culturetas de cóctel y croquetita, ocupados a tiempo completo en gestionar subvenciones. Dineros públicos para la creación. Como si la cultura no pudiera sobrevivir sin ser alimentada por el poder. Así creamos Cultura, la Cultura, la única Cultura que parece ser posible. Y la gestionamos, o mejor aún, ponemos a alguien cercano para que reparta prebendas y salga bien en la foto, mientras en un falso haber del gobierno queda ese “trabajamos por el progreso cultural”.

Durante años hemos soportado personajes 1.0 en el Ministerio. El último ha sido el Sr. Molina, cuyo clientelismo hacia una parte determinada de la cultura y el espectáculo no ha podido ser más vergonzoso. Finalmente desaparece de la escena política logrando que todos los medios de comunicación, propios y ajenos, estén de acuerdo en que su “gestión” ha sido lamentable y nefasta.

Y he aquí que en un momento de crisis, donde se podría haber aprovechado para devolver la cultura a la educación, de donde nunca debería haber salido, no sólo no se hace sino que se pone en el cargo a una señora cuyo bagage se centra en haber hecho películas y dirigir la endogámica Academia del Cine. Nada más. Y nada menos. No hablaré de sus ataques hacia los Internautas, de sobra conocidos y amplificados por la blogosfera, Twitter y las Redes Sociales. No citaré sus declaraciones sonrojantes sobre un mundo que no entiende y que no quiere escuchar. No entraré en cómo premiar a una parte de eso que denominamos cultura sólo puede servir para llamarnos incultos a todos los que consideramos que ese nombramiento es un error garrafal. Pero sí quiero hacer un llamamiento, a modo de HOYGAN desesperado a la sociedad civil, y a la política también:

Acabemos con esta sinrazón. No es posible que en plena era del poder de los ciudadanos, en días en los que la crisis atenaza a propios y extraños, en una época en la que los habitantes de un mundo globalizado creamos a diario, participamos en conversaciones globales, sumamos inteligencias que son capaces de darse cuenta de errores históricos, debamos soportar a la señora González Sinde. Queremos cambiar el mundo que nos ha llevado a una situación insostenible y a cambio recibimos tan sólo desprecio.

Por sensibilidad democrática, por inteligencia y por Cultura. Por ser capaz de escribir un guión que se salga de la tragicomedia tópica y fracasada Dña. Angeles no debería ni siquiera jurar un cargo que le viene grande, que no merece y que sólo generará polémica.