¿Open Government o Troll Government?

En estos días he comenzado a trabajar en una nueva línea de investigación que siempre me ha interesado pero a la que no le había dado hasta ahora la importancia en el tiempo que me hubiera gustado. Se trata del denominado Open Government y todos los aspectos que en torno al mismo se plantean.

Afortunadamente mucho se ha escrito en los últimos tres años sobre el tema. Mucho y bueno. No solamente centrado en el análisis de la campaña electoral de Obama, interesante sin duda pero demasiado tópico por lo repetitivo del caso. Sino que también podemos encontrarnos desde análisis reposados como el que proponen César Calderón et Al. en su libro Open Government, a las comunidades de práctica que están trabajando especialmente en Estados Unidos para ofrecer alternativas que mejoren las tres ideas reiterativas del Gobierno Abierto: Transparencia, Participación y Colaboración.

En estas semanas estamos asistiendo a las revueltas que incendian el mundo árabe y que en algunos casos han supuesto la caída de regímenes políticos enquistados desde hace décadas y en otros, por desgracia, el estallido de una guerra civil. Cada vez que se analizan estos movimientos desde una perspectiva de las redes sociales y su capacidad de movilización se insiste en que gracias a ellas se ha canalizado la rabia que sentían los ciudadanos de los países árabes para cambiar la situación. Pero los claroscuros no deben ser olvidados: ¿qué ha pasado en Túnez y Egipto tras la marcha de los dictadores? ¿Realmente se está contando con la población que forzó el cambio o más bien los nuevos gobernantes están estableciendo su gobierno desactivando, ahora con conocimiento de causa, la capacidad de que vuelvan a aparecer ese tipo de protestas de nuevo?

El mundo árabe y los movimientos que se están produciendo allí es demasiado complejo para analizarlo en este post (espero volver sobre ello en un futuro), pero sin duda servirá como punta de lanza para los observadores de cómo la capacidad de acceder a nuevos entornos de comunicación ciudadana parece estar cambiando las reglas del juego o al menos inmiscuyéndose en ellas. En España, donde los ciudadanos una y otra vez sitúan a los políticos en los primeros puestos de los problemas del país, parece que el movimiento #nolesvotes obtiene al menos cierto «ruido» en los medios de comunicación de masas. Y por supuesto en Internet, donde lo que comenzó como un hashtag en Twitter y una protesta contra la Ley Sinde parece que podría llevar a los grandes partidos políticos españoles a perder un número importante de votos.

En vista de que la mayoría de políticos son representantes de partidos, de organizaciones y no de ciudadanos, estas organizaciones están lanzando sus nuevas estrategias de comunicación asumiendo que las redes sociales son un interesante caballo de batalla. Así, el marketing político, basado en la propaganda de usar y tirar y centrado en la venta del candidato utilizando promesas «de manual» parece abrirse a un nuevo canal y, quién sabe, a una escucha activa más allá de a un spameo mediante otras vías de contacto que incluso resultan más económicas que los folletos tradicionales.

Pero dicho todo esto tan solo hace falta un recorrido por muchos entornos participativos para ver qué es lo que están diciendo muchos ciudadanos: insultos, faltas de respeto, ataques verbales con una violencia que ralla lo delictivo. Hooligans anónimos sentados tras una pantalla de ordenador apretando botones de «me gusta» ante propuestas xenófobas, excluyentes, violentas. El repaso a los comentarios en los medios de comunicación cuando se publica una noticia política resulta sonrojante por no decir indignante. Los blogs de los candidatos políticos suelen ser atacados permanentemente con insultos y con una violencia que, de no ser por la mediación de la herramienta usada para la comunicación, asemeja el ataque físico más salvaje.

No me cabe duda de que necesitamos cambiar la forma en la que nos gobernamos. Necesitamos superar la dicotomía entre políticos y ciudadanos. Necesitamos que sean los ciudadanos los que participen con algo más que una papeleta puesta en una urna cada cuatro años. Necesitamos que las personas que se dedican a la gobernanza del país no olviden que la política, la «cosa pública» es un noble arte al cual dedicar un período de la vida para hacer las cosas más fáciles a sus semejantes. Necesitamos, en suma, mejores políticos.

Pero sobre todo necesitamos mejores ciudadanos. Necesitamos que cuando se produzca la participación se haga con el respeto que exigiríamos para nosotros mismos. Necesitamos que los ciudadanos de hoy, independientemente de su edad y de la vía que utilicen para su comunicación y participación lo hagan de forma tolerante y respetuosa. Necesitamos educación. Y o reforzamos esa educación, la convertimos en lo más importante y en el principal objetivo a perseguir o todo lo que pueda salir de una mayor participación directa utilizando las nuevas redes de comunicación podría no ser más que la antesala de un imperio de los trolls…

Trolls 2.0

Los Trolls no son algo que haya aparecido con la Web 2.0. Posiblemente desde los inicios de Internet, la opción de utilizar la comunicación mediada y anónima ha permitido que personas, en muchos casos absolutamente normales, pacíficas y educadas usen la Red para lanzar insultos, traten de reventar foros, o pongan a prueba con su estupidez hasta donde llega la paciencia de un asistente en un chat. Tradicionalmente los Trolls no se conocían entre sí y su agresividad era rechazada en cualquier manifestación de Internet. De hecho el mensaje Don´t feed the Troll es muy conocido en cualquier participante de una comunidad virtual. Para evitar a una persona cuyo único interés sea llamar la atención usando insultos lo mejor es simplemente no hacer caso.

Con la llegada de los nuevos formatos de la web participativa estos sujetos viven una época de esplendor. Ya no es necesario registrarse en un foro o un canal IRC y ser baneado al poco tiempo, sino que miles de sitios web se abren ante ellos como una oportunidad para lanzar sus ofensas. Blogs, en menor medida redes sociales y de forma masiva las páginas de los periódicos digitales, permiten que los aburridos y anodinos individuos puedan transmutarse en molestos participantes de un sordo diálogo de besugos, faltón y ridículo.

Existe toda una teoría bastante compleja sobre los comportamientos violentos y antisociales de algunas personas al situarse frente al teclado, en la que se estudia a fondo el placer que se siente contraviniendo las convenciones y las reglas, convirtiéndose en el molesto energúmeno que busca un efecto dominó producido por sus acciones e incluso puede llegar a plantearse si la figura del troll llega a ser útil en determinadas comunidades «adormecidas». Un estudio antropológico de los usos comunicativos de Internet que no está ni tan siquiera cercano a ofrecer todas sus posibilidades. Pero hoy nos enfrentamos a un nuevo de tipo de troll.

Cualquiera que observe las páginas de los diarios digitales, especialmente 20 minutos y El País, aunque también es aplicable para el resto de periódicos «clásicos» on line, puede leer comentarios xenófobos, racistas, algunos más cercanos a ideologías neonazis que sin duda enrojecerían a sus autores si soñaran con plantearlos en público. El objetivo de los ataques siempre suele ser el mismo, el gobierno del país, la pesadilla que todo lo toca, ZP y sus votantes «imbéciles» y «apesebrados» se convierten en el objetivo de miles de comentarios denigrantes, insultos, ataques que van mucho más allá de la crítica ante hechos políticos o cuestiones sociales.

No, no pretendo plantear una defensa del gobierno ni de su presidente. Sino hacer ver que el trollismo como forma de ataque en los medios de comunicación ya es una moneda común. Alguno podría pensar que esto es resultado de la libertad de comentar como y lo que de la gana a los lectores. Y que en esa participación radica la grandeza de la nueva Web. Pero yo no soy tan ingenuo. Da igual que se hable de una manifestación, de los centros de inmigrantes o de Haidar. Ellos están siempre ahí, dispuestos a tratar de ofender mediante palabras gruesas.

¿Hay una campaña orquestada para que la participación en «la conversación» monopolice el discurso hacia una determinada idea? ¿El famoso «pásalo» tan recordado en las elecciones de 2004 vuelve a usarse como boomerang de forma encubierta y más agresiva? ¿O tan sólo la educación, la discusión civilizada y los argumentos están siendo dejados atrás en esta web tan «conversadora» para convertir a muchos «comentaristas» en máquinas vociferantes perfectamente dirigidas?

Gritos e insultos, actitudes fascistas e intolerantes por doquier… ¿otro peaje de la conversación o tan solo una trampa poco sutil?