Yes, we can…

Me gusta el fútbol, lo reconozco. No lo cambiaría por un concierto de cualquiera de mis bandas de Heavy Metal favoritas, pero disfruto con un buen partido de mis colores. Y nunca he escondido que soy merengón y que mi equipo más allá del Real Madrid es España. España, no la selección, ni el combinado nacional, ni la roja, ni la furia, ni demás inventos eufemísticos para no nombrar el nombre del país en el que nací, el nombre del país que aparece en mi pasaporte, el país del cual parece que hemos sido forzados a arrepentirnos durante tanto tiempo.

Los nacionalismos me parecen estúpidos. Los de toda índole. Ayer Juanjo, un alumno del fantástico grupo con el que cierro el curso lo volvía a decir: «los nacionalismos se acaban viajando… y leyendo…» Y tiene toda la razón. En cualquier caso, fuera de nacionalismos , ver a millones de personas ilusionadas por 11 peloteros, pintándose la cara con los colores rojigualdos y volviendo a portar una bandera que, por fin sirve para unir y no para dividir y que, nos pese o no, es la que nos identifica en el mundo entero, es emocionante.

Y todo gracias a ese mágico e incomprensible fervor que despierta el fútbol. Hace 24 años seguí la Eurocopa de Francia en un bar gallego de Aranda de Duero. Trasegábamos ribeiro como sólo los adolescentes pueden hacerlo mientras disfrutamos olvidando el ridículo que habíamos hecho en el mundial de naranjito. Tras el 12-1 contra Malta casi tocamos el cielo, y si no hubiera sido por la barriga de Arconada, lo habríamos hecho.

En 24 años he visto ganar a los nuestros en todas las disciplinas deportivas. Si, porque los hacemos propios para salvar la frustración de no ser nosotros los que sentimos la gloria. En automovilismo, motociclismo, atletismo, natación, tenis, waterpolo, balonmano, baloncesto, boleibol, hockey o surf. En vela, remo, escalada, ciclismo, judo y boxeo. En casi todas las disciplinas deportivas hemos vivido momentos de victoria, pero en el fútbol… ains…

Y por fin, nos encontramos esperando el momento en que llegue un partido de fútbol. 90 minutos que unirán a millones de almas, internautas y analfabetos digitales, directivos de grandes empresas y amas de casa, infantes y ancianos, en un sólo grito creado marketinianamente sin ser demasiado originales: «Yes, we can»

Pase lo que pase, con la catarsis deseada, o sin ella, dentro de 24 años seguro que recordaremos estos días…