Llevo varias semanas, meses podría decir, obsesionado con el bajo volumen de mis publicaciones científicas, que distan mucho de lo que debería considerarse aceptable para un profesor universitario. De un tiempo a esta parte dedico gran cantidad de tiempo a adecuar mis «papers», artículos de carácter académico, para intentar publicarlos en las llamadas revistas con «factor de impacto«, es decir, aquellas que suelen estar mejor clasificadas y aceptadas por los responsables de la acreditación del profesorado universitario en España. Tanto tiempo que ha llegado el punto de reflexionar y acercar a los que no conozcáis esa parte de la vida de un profesor universitario la situación rayana en el surrealismo de las universidades españolas y las agencias de evaluación de la «calidad».
España es un país en el que es difícil saber cuantas figuras de profesor universitario existen. Sobre el papel y resumiendo podríamos decir que hay seis:
- Ayudantes. Profesores que están en el período de realización de su tesis doctoral y que son contratados para, fundamentalmente, investigar y dar algunas clases de apoyo.
- Profesores Ayudantes Doctores. Profesores con la Tesis Doctoral ya defendida, que aumentan su docencia y las horas investigadoras en los centros universitarios.
- Profesores Contratados Doctores. Profesores Doctores con una carga docente e investigadora a tiempo completo que todavía no han conseguido convertirse en personal funcionario y por tanto, al igual que las dos figuras anteriores, mantienen un contrato temporal.
- Profesores Titulares de Universidad. Funcionarios, a tiempo completo y encargados de una asignatura concreta.
- Catedráticos de Universidad. Funcionarios, a tiempo completo y supuestamente poseedores de las mayores habilidades, conocimientos así como experiencia investigadora, avalada por resultados contrastados
- Profesores Asociados. Profesores que no tienen por qué ser doctores, pero que son incorporados por las universidades dada su experiencia profesional. De hecho deben estar en activo en el mundo de la empresa y así poder trasladar su conocimiento del día a día.
Estas vendrían a ser grosso modo las categorías docentes establecidas por la LOU (Ley Orgánica de Universidades). Si bien, a partir de ahí surgen tantas excepciones como podamos imaginar. De hecho, algunas de las más sorprendentes son las que afectan a Andalucía, poseedora de las llamadas «bolsas de sustituciones», a la manera de bolsa de empleo de la cual se nutren (obviamente precarizando los sueldos) ante una necesidad urgente de profesorado.
Para poder acceder a las plazas de profesor (siempre refiriéndome a la universidad pública) es necesario estar «acreditado». Esto es, que una agencia autonómica o nacional (ANECA), tras evaluar el curriculum del solicitante de una manera en ocasiones criptográfica, otorgue la denominada «acreditación» para que, de esta manera y solo así, el aspirante a profesor pueda presentarse a las posibles plazas que tal vez convoquen las universidades públicas.
No quiero en este post hablar sobre las plazas que no se ofertan, ni mucho menos sobre los mecanismos que hacen que, generalmente suelan cubrirse con candidatos muy conocidos de los departamentos ofertantes. Eso sería tema para otro artículo, en el que podríamos dedicar largo espacio a la endogamia y falta de mobilidad de la universidad española. Me preocupa en este momento casi más la perversión de la valoración que de la actividad científica se hace. Obviamente publicar un artículo en una revista bien posicionada en el JCR (Journal Citation Report) es un orgullo. Pero ¿a quién sirve realmente esta obsesión por un índice manejado por una empresa privada? Por supuesto, conseguir ser aceptado para que tu artículo aparezca en una revista del «primer cuartil» de «las indexadas» debería demostrar que la labor investigadora tiene su respaldo por la comunidad científica. Pero ¿cómo desentrañar la maraña de dificultades ocultas en la supuesta «revisión por pares» cuando en muchas de ellas se repiten con frecuencia una y otra vez los mismos nombres y las mismas filiaciones?
No ataco el sistema de revistas científicas, no aquí al menos. Puesto que además de las indexadas y «que cuentan» para organismos como ANECA se está desarrollando cada vez más el sistema de Open Journal, revistas a las que cualquiera puede acceder y leer estos artículos, contando con las mismas características en cuanto a revisión ciega o por pares que las ya asentadas y «premiadas» por el sistema de «citas», muchas citas…
No, mi decepción se dirige hacia el abandono del libro como herramienta para la transmisión de conocimiento. El libro como elemento permanente y que avale la consecución de logros investigadores, así como la divulgación de los mismos. Y no me refiero exclusivamente a libros tradicionales, en formato papel, sino que incorporo todos los formatos que puedan imaginarse.
Da igual, en estos momentos los aspirantes a nuevos profesores, aquellos que pugnan por convertirse en Profesores Ayudantes o en Profesores Contratados Doctores, no pueden ni quieren perder un solo segundo en plantearse escribir un libro, puesto que las agencias de acreditación consideran que estos prácticamente no tienen ningún valor. De hecho un «paper» situado en alguna de las revistas «de alto impacto», de esas que jamás nadie comprará, leerá y ni tan siquiera conocerá puntúa más que una decena de libros, independientemente de la editorial con la que estos hayan podido ser publicados.
Así pues esa es la forma en la que los aspirantes a nuevos profesores desarrollamos nuestra investigación: obsesionados con «colar» una y otra vez el artículo que una vez nos aceptaron en todas aquellas revistas bien clasificadas en los rankings considerados científicamente aceptables para las agencias, obviando cada vez más otro tipo de formas de transmisión de las investigaciones y de hecho, del conocimiento.
A veces me he quejado amargamente ante mis alumnos por la escasa cantidad de libros que consultan. Por lo poco que escapan del Manual y por lo menos que indagan sobre unas bibliografías que cada vez son más escasas. Pero este sistema disparatado de convertir la ciencia en algo cerrado y elitista lleva a darles la razón.
En cualquier caso, para qué vamos a leer un libro si todo está en Wikipedia o en el peor de los casos en Google. Y para qué vamos a escribir un libro, pudiendo usar nuestro muro de Facebook. Ah, que eso todavía no puntúa…